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Chen Alon: «Usamos el teatro como una herramienta no violenta para rechazar la ocupación israelí»

Chen Alon es un activista teatral, actor y director, que escribió su tesis sobre el Modelo Polarizado Palestino-Israelí de Teatro del Oprimido, en el departamento de Teatro de la Universidad de Tel Aviv. Como comandante reservista del Ejército israelí, fue cofundador de Courage to Refuse (Coraje para Rechazar), un movimiento de oficiales y soldados combatientes que se niegan a servir en los territorios ocupados; una acción por la cual fue a prisión un tiempo.

Chen Alon es también cofundador de Combatants for Peace, un movimiento de militantes palestinos e israelíes que han abandonado el camino de la violencia y trabajan juntos contra la ocupación.
El modelo de Teatro del Oprimido Polarizado integra procesos sociales entre dos comunidades enfrentadas entre ellas. Su teoría y su práctica pueden implementarse en comunidades divididas en las que su reconciliación parece imposible.
Este modelo ha sido llevado a la práctica en proyectos conjuntos entre israelíes y palestinos, además de con colecti­vos estigmatizados como personas sin hogar o encarceladas, solicitantes de asilo y refugiados, así como en zonas de conflicto en todo el mundo.

¿Por qué te negaste a combatir en territorios ocupados cuando eras soldado israelí?
Para entender cómo llegué a rechazar el servicio en el Ejército, es importante entender mi historia y la de toda una generación israelí. Yo nací y crecí en Tel Aviv, en una familia judía típica de esa ciudad. Mis abuelos sobrevivieron al Holocausto y no fueron asesinados en Polonia porque dejaron Europa antes de 1939. Se consideraban sionistas y creían que los judíos debían vivir en Sión. El mensaje que quedó de esta parte de la historia es que los judíos que sobrevivieron fueron los sionistas —los más astutos, los que pudieron irse a Palestina antes del Holocausto—. Yo crecí con la idea de que mi abuelo había sobrevivido porque era sionista y había venido a Israel. Esto es solo una descripción, no lo explico para justificar nada. Yo crecí queriendo ser soldado y ayudar. Ningún joven tiene dudas sobre eso. Para nosotros, la única manera de sobrevivir es tener Ejército propio, defendernos a nosotros mismos, porque estamos rodeados de enemigos. Me uní a la Armada en 1987 para defender a mi país. Para todos los israelíes, el servicio militar dura tres años, pero si te ofreces voluntariamente a estar cuatro años, llegas a oficial. Ese momento de mi vida coincidió con el desarrollo de la Primera Intifada (1).
Durante el servicio militar, fui entrenado en labores militares con tanques y maquinaria pesada, pero sobre el terreno hacía tareas de policía. Participé en cientos de operaciones de arresto a personas y demolición de casas. Había disturbios, fuertes enfrentamientos, y yo intervine en muchas actividades contra población civil palestina.
En Israel, tras el servicio militar obligatorio, cada año durante toda tu vida, debes ir un mes a realizar trabajos militares en la reserva. Yo serví en el Ejército durante nueve años después de haber acabado el servicio en 1991, pero cada año me sentía menos identificado con lo que hacíamos en los territorios ocupados.
En el 2000, Ehud Barak y Yasser Arafat, los máximos representantes políticos de Israel y Palestina, anunciaron en una conferencia que no existía forma de llegar a la paz. Ahí empezó la Segunda Intifada; los palestinos poseían entonces más armas para hacer frente al conflicto. En ese momento me di cuenta de que a nuestros líderes israelíes no les interesaba la paz. Israel no quiere dejar de ocupar el territorio palestino. Éramos testigos de la violación sistemática de los derechos humanos en esa ocupación. Israel es un Estado «democrático», pero ha implantado un régimen militar sobre 3,5 millones de habitantes. En 2002, unos cincuenta oficiales de la reserva redactamos una carta de protesta en la que rechazábamos servir en territorios ocupados. Era la primera vez que pasaba algo así; generamos un escándalo mediático y, en consecuencia, estuvimos un mes en prisión —no fue la única vez—. Después continuamos con nuestra campaña. Mucha gente se unió rápidamente; una semana más tarde éramos cien, y luego muchos miles.
En 2003, presionamos a Ariel Sharon para que se retirase de Gaza. Como el movimiento en favor de la paz estaba creciendo mucho, Sharon abandonó Gaza para mantener a la opinión pública tranquila. Aunque nunca dejó los territorios ocupados del este y convirtió Gaza en un gueto aislado. A raíz de esto, entendimos que había que cambiar de estrategia, ya que solo con el rechazo a servir al Ejército en territorios ocupados no era suficiente para solucionar el conflicto a largo plazo. Ahí nos enteramos de que había un grupo parecido al nuestro en el lado palestino, que se oponía a las prácticas violentas, a las autoinmolaciones y a los ataques a los israelíes. Además tenían prestigio, porque habían pasado muchos años en las prisiones israelíes, y ahora querían luchar de otra manera. Los años 2004 y 2005, de la Segunda Intifada, fueron muy sangrientos y empezamos a reunirnos clandestinamente ambos grupos, palestinos e israelíes.

¿Cómo valoras actualmente los movimientos como Coraje para Rechazar y Combatientes por la Paz, de los que fuiste cofundador?
Coraje para Rechazar era el movimiento de reservistas del Ejército, que fue perdiendo fuerza y ya no existe.
En 2005, nació Combatientes por la Paz y fue cuando empezamos a hacer reuniones secretas entre palestinos e israelíes. Había desconfianza mutua y mucha tensión y miedo por ambas partes; al principio, para nosotros era una locura reunirnos con palestinos en sus territorios sin ir armados. El proceso fue lento, pero al final redactamos un plan de trabajo muy básico que consistía en hablar de lo que cada uno había hecho desde historias personales. No abordamos el acercamiento entre ambos grupos a escala política, sino a través de las historias personales. Se aprobó hacer dinámicas teatrales para trabajar las diferentes experiencias vividas y romper el hielo. Se sentaban frente a frente dos partes antagonistas, ambas con origen militar, pero desgastadas por un proceso de guerra muy devastador. Esas dinámicas tenían un efecto terapéutico en ambos grupos.

¿Cómo y por qué el Teatro del Oprimido encuentra un lugar en este conflicto?
Mientras estaba en la reserva, estudié teatro (1992-1995) y hasta 2002 ejercí de actor profesional en teatros convencionales. Durante once meses era actor y un mes me unía a la reserva. Cuando empecé mi activismo, primero como insumiso y después como combatiente por la paz, comencé a trabajar con teatro en ese contexto. Pero el teatro profesional no alimentaba mi tarea como activista. Entonces leí los libros de Augusto Boal, tuve la oportunidad de conocerle en un curso en EE. UU. e incorporé el Teatro del Oprimido a mi activismo con dos objetivos principales: el diálogo y la reconciliación, para sobreponerse al odio y la guerra, y usar el teatro como una herramienta no violenta para rechazar la ocupación. Sin embargo, en los grupos de Boal, los participantes eran homogéneos, todos pertenecían al grupo de los oprimidos. En nuestro caso, como movimiento binacional, tuvimos que desarrollar un nuevo modelo de Teatro del Oprimido, que pasaría a llamarse Teatro del Oprimido Polarizado. Boal conoció mi trabajo en 2009 y colaboramos en el desarrollo de este nuevo modelo. El Teatro del Oprimido se adapta siempre al contexto en el que se implementa, a las necesidades y a las habilidades de la gente; tiene una visión estratégica y táctica de la realidad.
Por ejemplo, el responsable de la ocupación de los territorios es el Gobierno israelí, así, los israelíes tenemos un poder mayor para enfrentarnos a él del que tienen los palestinos.

¿Es el Modelo Polarizado Palestino-Israelí de Teatro del Oprimido una clave para entender mejor el conflicto y ofrecer soluciones reales a la población que lo padece?
En Combatientes por la Paz, el grupo de teatro trabaja el conflicto con este modelo, que es humanizador, que ayuda a ver al otro como persona que actúa, no como un soldado.
Cuando tratamos la ocupación desde el teatro, disminuye la violencia en el contexto. Los soldados no están acostumbrados a luchar contra el teatro, no saben cómo actuar. A veces, se produce un efecto espejo; se refleja la situación del propio soldado que se encuentra en el territorio ocupado. Alguna vez acaban interviniendo en la obra, por ejemplo deteniendo a los actores palestinos por llevar trajes de soldado israelí. El Teatro del Oprimido deja en evidencia que la ocupación es ridícula, cuando esta, por ejemplo, siente la necesidad de atacar una escena teatral. El Teatro del Oprimido vuelve visible para estos una opresión invisibilizada.

¿Cómo plantearías un Modelo Polarizado de Teatro del Oprimido, por ejemplo, en una ciudad como Barcelona, en la que sobre todo en el centro de la ciudad las clases populares se ven desplazadas de sus barrios por el negocio del turismo, el precio de la vivienda es inaccesible para una gran parte de la población y se genera una fuerte gentrificación?
Ante todo decir que estoy muy contento de compartir esta metodología con la gente del Forn de Teatre Pa’Tothom (2). Durante los cursos de formación allí, los participantes siempre se muestran interesados en implementar este modelo aquí. Pero yo no voy a deciros cómo tenéis que trabajar y sobre qué tema. En el modelo polarizado implementado en Israel, los que formamos parte sabemos quién es el opresor: el Gobierno de Israel. La gentrificación se da en muchas grandes ciudades como Tokio, Nueva York, París, Berlín, Londres, Pekín; no es algo específico de Barcelona, es una tendencia económica. El modelo polarizado puede reunir a diversas identidades para que trabajen juntas en contra de la gentrificación. Por ejemplo, en Tel Aviv, este tema también afecta a las comunidades, la primera la árabe, que es expulsada del centro. Es importante preguntarse quiénes son nuestros aliados. El modelo de Teatro del Oprimido original propondría hacer teatro con los vecinos, pero seguro que habría gente que vive fuera del Raval que también querría formar parte de la solución al problema de la gentrificación. Un objetivo podría ser vincular a la gente que no está de acuerdo con procesos de expulsión de los vecinos, para diversificar opiniones y perfiles que apoyen la lucha. Siempre parece que es el colectivo oprimido quien debe luchar solo, sin alianzas, pero hay que romper con esa idea. El Teatro del Oprimido lo que hace es poner sobre la mesa el apartheid existente.

 

(1). La Primera Intifada empezó en 1987 con la famosa «Guerra de las piedras» o «Piedras contra balas», que fueron batallas callejeras entre palestinos con piedras y miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel, el Ejército, que respondió con armas de fuego. Y decayó —aunque no del todo— con la firma de los Acuerdos de Oslo —el 13 de septiembre de 1993— y la creación de la Autoridad Nacional Palestina.
(2). Forn de Teatre Pa’tothom es una entidad de Barcelona, especializada en Teatro del Oprimido, con el que implementa proyectos en defensa de los derechos humanos, promueve la erradicación de prácticas que generen exclusión social y busca modelos sociales alternativos. También ha desarrollado líneas pedagógicas propias. Más información en www.patothom.org.

Referencias sobre el movimiento de insumisión antimilitarista en Israel

Martín Barzilai
Refuzniks
Los que rehúsan servir en la máquina
de guerra israelí
El Bardo Editorial

Abdul-Rahman Alawi | Rudi Friedrich Endy Hagen | Reuven Kaminer
Uta Klein | Pere Maruny | Khalil Toama
¿Atrapados entre el terror y la guerra?
Ejército, movimiento pacifista y antimilitarismo en Israel
Virus Editorial