masala és barreja d'espècies

Moustapha Akkad, el mensajero

La baisara, apenas reivindicada, es un puré de sencilla elaboración: medio kilo de habas secas, un litro y medio de agua, sal, comino y ajo al gusto. Se mezcla todo y se deja una hora hirviendo a fuego lento. Se retira del fuego, se bate. Una vez servido, se adereza con un chorro de aceite de oliva, una pizca de comino y de pimentón. Mejor si se come con pan árabe.

 

La gastronomía árabe es tópicamente conocida. Más allá de los reiterados cuscuses y tajines, existe una gran variedad de platos que de ser servidos y difundidos saldrían del anonimato para beneficio de los paladares ávidos de nuevas sensaciones. Ciertamente, podemos encontrar paralelismos con la escasez de referentes árabo-musulmanes entre la población general. Los primeros nombres que nos llegan a la mente siempre están tópicamente relacionados con personas que indirecta o directamente son juzgadas de forma ocasional bajo una mirada y atención peyorativas o buenistas, ya que en la mayoría de los casos no existe el término medio. Además, rara vez se reivindica con el mismo efecto a un mismo sujeto: quien es alabado en el mundo árabe no suele tener gran repercusión en «Occidente». Aquel que consigue reputación fuera de la cotidianidad arabófona no será profeta en su tierra ancestral.

 

Moustapha Akkad rompería con la anterior interpretación si atendemos a que su labor divulgativa no fue merecidamente reconocida ni por unos ni por otros, asumiendo que no hay «unos» y «otros», sino que se es parte de un todo.

El director de las dos películas más conocidas en el mundo árabe y productor ejecutivo de la saga de terror simiente del género slasher nació en Siria —en la hoy destrozada ciudad de Alepo—, residió gran parte de su vida en California y murió en Jordania, víctima de un atentado suicida perpetrado en el hotel donde se alojaba, junto con su hija.

Akkad, a la edad de veinte años, abandonó su tierra natal para emigrar a Estados Unidos, donde se formó en teatro y cine. Pronto conocería a Sam Peckinpah, con el que se uniría en una extraña relación cimentada probablemente en su forma de verse y de ser vistos: un musulmán a quien cerraban las puertas por su origen y un artista maldito, bebedor empedernido, empeñado en cerrarse a sí mismo el acceso a las productoras monopolizadoras del olimpo hollywoodiense. Juntos firmarían en 1962, aunque el nombre del sirio hay que buscarlo con microscopio en los créditos, Duelo en la alta sierra, un western épico con las primeras pinceladas intencionadas del director californiano para mostrar el ocaso de un género y de una forma de vida caduca que sublimaría en Grupo salvaje.

Moustapha Akkad decidió entonces, tras seguir acumulando negativas, dedicarse a la producción ejecutiva sin renunciar a trabajar detrás de la cámara. Su primera gran producción, con financiación de, entre otros, Hassan II y Gaddafi, fue de las primeras películas rodadas por partida doble y de forma simultánea; una versión para el mundo árabe con un elenco de actores musulmanes y otra en inglés, para el resto del mundo, con actrices y actores-reclamo como Irene Papas o Anthony Quinn. La película, efectiva y respetuosa recreación de los primeros días del islam, con el título inicial de Mahoma, el mensajero de Dios, recibió una floja acogida por motivos dispares. En el seno de ciertas corrientes musulmanas, por considerarla blasfema, posiblemente sin haber visionado el largometraje; una presión suficiente que provocaría una retitulación de la obra por temor a represalias. Se acabó llamando El mensaje.

En la meca del cine, Akkad seguía sin disponer de oportunidades, por lo que continuó trabajando con apoyo del dinero de Gaddafi (en aquel momento el dictador gozaba de todas las complicidades por parte de las «democracias occidentales ») y rodó su segunda película, de carácter épico. El león del desierto, filme prohibido durante décadas en Italia, narra, a partir del personaje histórico de Omar Mukhtar, la resistencia y la lucha por la liberación de la cruel opresión del ejército de Mussolini, por parte de los libios. Tras esta película, tan respetada como olvidada, decidió no volver a ejercer como director, agotado por no hallar más financiación para sus siguientes proyectos, y centrarse en las funciones de productor ejecutivo. De manos del director y guionista John Carpenter, recibió un guion rechazado por otros productores. Akkad, en una apuesta un tanto arriesgada, invirtió todos sus ahorros en producir la primera película de las ocho que forman la saga Halloween. El éxito, por fin, fue rotundo, abrió el camino a la redefinición de un nuevo subgénero del llamado cine de terror y dio alas a otras productoras que también acabaron apostando por generar personajes que serían trazados en distintos filmes.

Moustapha Akkad falleció siendo el único productor de toda la saga e incluso llegó a producir dos películas más, Appointment with Fear y Free Ride, aunque también estas pasaron tan desapercibidas como las que había dirigido. Tras su muerte, su legado y la producción de los siguientes episodios de la saga Halloween corren a cargo de su hijo Malek.